Lecciones Morales y de Profunda Humanidad de un Jefe Piel Roja a un Presidente Cara Pálida
Lecciones Morales y de Profunda Humanidad de un Jefe Piel
Roja a un Presidente Cara Pálida
Enrique E. Batista J., Ph. D.
Hay una completa e histórica muestra de suprema sabiduría,
sensatez, cordura y buen juicio, de esas que son abundantes en las tribus
indígenas. Los indios de las tierras de Norte América fueron llamados “Pieles Rojas”, por el color cobrizo de su
piel. Estos, en contraposición, llamaron a los invasores europeos “Caras Pálidas”.
Hay un conocido acontecimiento histórico sobre una carta escrita por un Gran Jefe indio llamado Seattle, de las
tribus de los Swamish y Duwamish. (Su nombre indio fue Si’ahl,
convertido a Seattle en inglés. Hoy una importante ciudad en el noroeste de
Estados Unidos lleva su nombre en honor a él).
Ese Gran Jefe “Piel Roja” dirigió su carta en 1854 al
presidente de los Estados Unidos Franklin Pierce quien le había hecho una oferta para comprarle las tierras. Seattle le dio una
brillante respuesta, bastante profética, en la que rechazó la propuesta
argumentado lo sagrado de los espacios físicos y culturales de las tribus
indígenas pero que los “Cara Pálidas”
sólo veían en ellos la dimensión económica. En efecto, Seattle escribió en su carta
al presidente Pierce, jefe de los “Cara Pálidas”:
Los abuelos indian chiefs eran los instructores y maestros de las tribus y
guardianes de sus conocimientos. De este hecho memorable, como en todos los
buenos relatos, se pueden sacar conclusiones, enseñanza morales, moralejas de
comportamiento ético y de solidez humana tomadas de quienes siempre
prefirieron vivir en libertad, preservar sus valores, creencias y riquezas
espirituales, amar y cuidar a la naturaleza. Se pueden destacar las siguientes:
Nadie es dueño de Dios. Él es el dueño de todas las
criaturas y de todo el cosmos que vemos y habitamos. Como no
se puede comprar la entrada al cielo, tampoco se puede comprar la dicha y
belleza de la tierra con sus aguas, el aroma de las flores, la frescura de los
vientos, el murmurar de los ríos y arroyos y la belleza de esta y aquella
colina y de los picos nevados que vemos. Si el cielo es sagrado también lo es
la tierra como creación que fue Dios. Por ello, no pueden los humanos cambiar
la voluntad divina.
Hombres y animales tienen un mismo origen y también
un mismo futuro; por eso, sí acabamos con los animales se acabará también la
especie humana.
Dios creó el
universo para hubiese en armonía entre todos los seres que en el habitan, en
ningún caso lo creó para que los humanos lo destruyesen, acabasen con tribus y
extinguiesen a las especies animales. Lo que es creación y mandato divino
pertenece a Dios, nosotros somos, y tenemos que ser, por su voluntad,
guardianes de la naturaleza; nos toca cuidarla como un bien supremo.
Vivir en armonía
con la naturaleza es la condición suprema para que todos seamos felices. Cada
ser vivo, humano animal o planta, pertenece sólo a la naturaleza y de manera
entrañable formamos una sola e indisoluble unidad.
No nos es
permitido a los humanos dañar el orden que la divinidad puso en la madre naturaleza.
Todo en la tierra es sagrado no puede intentarse comprar los productos que Dios
ha puesto sobre la tierra, eso es una idea sin sentido y una blasfemia.
No hay animales
salvajes. Se han llamado así porque viven en libertad, la libertad que les dio el
Creador. Tampoco existen grupos humanos salvajes. Salvajes son sólo aquellos
humanos que depredan el planeta y destruyen culturas y especies vivas hasta la
extinción. No es salvaje volar y surcar los aires o mares en libertad.
La libertad es
el gozo del espíritu en la unión con la naturaleza; la libertad es como el
viento y el aroma que expelen y riegan las flores.
El aroma de las
flores, el rocío mañanero, la llovizna refrescante o los árboles que llenan de
oxígeno el medio ambiente y dan posada a miles de pajaritos nos recuerdan la
grandeza y armonía de toda la naturaleza y nuestra unidad indisoluble con ella.
Dios creó primero al planeta, lo llenó de luz, lo pintó con los más bellos
colores y lo pobló con humanos y muchos animales de tierra, aire y mar para que
adornaran y alegraran a la naturaleza y formaran una unidad indisoluble con él
como Creador Supremo.
Los padres tienen
la obligación imperiosa de enseñarles a los hijos en el hogar y los maestros a
estos en las escuelas, que el suelo que pisan en cada momento es sagrado porque
contiene las cenizas de nuestros ancestros, cenizas hijas de las estrellas. Hay
que enseñarles también que corresponde a ellos trabajar para que la tierra sea
respetada como madre nuestra que es por voluntad superior.
Además, padres e
hijos deben ser conscientes y actuar sin vacilación para lograr igualdad entre
todos, sin exclusión o discriminación, igualdad que Dios dio entre todos, entre
Pieles Rojas y Caras Pálidas y entre ellos y las demás grupos,
etnias y tribus que habitan el planeta. Hay una unidad entre las diversas
etnias o grupos humanos.
Sólo hay una
especie humana. No hay razas, por ello Pieles Rojas y Caras Pálidas
tienen su origen esencial y único en la voluntad del ser supremo que protege a
todas las especies.
Estamos hechos
de polvo de estrellas, por lo que es preciso revivir el mensaje en el libro del
Génesis que se recuerda cada miércoles de ceniza: “Polvo eres y en polvo te
convertirás”. Como todos regresamos a la tierra, la que pisamos es sagrada
y por, lo tanto, lo que es sagrado no tiene dueño. Nada de la creación divina
se puede comprar.
Lo que es de
origen y posesión divina no se puede comprar o vender, pertenece sólo al Dios
creador y estamos obligados respetar su voluntad.
La tierra es una
sola, por lo tanto, no son los humanos dueños de ella tierra, de sus riquezas o
de sus animales. De ahí que el daño que le estamos haciendo hoy al planeta lo
padecerán las generaciones futuras, nuestros hijos y los hijos de nuestros
hijos si antes, por culpa y omisión nuestra, no acabamos extintos como especie.
La tierra de una
nación ni se compra ni se vende. Los colonizadores sólo ven beneficios
económicos en la construcción sagrada de la naturaleza y niegan la amplísima
riqueza inmaterial de las culturas que son saqueadas en sus bienes, sus
habitantes sojuzgados con violencia y llevados al exterminio bajo la proclama
de ser conquistadores o colonizadores.
La cultura es el
valor más esencial de una nación, no tiene precio y la tierra, el medio
ambiente, el hombre y su cultura forman una unidad indisoluble; por lo tanto,
no son sujetos de compra o de forma de enajenación alguna.
Es intolerable
ante los ojos de la divinidad y ante todos los humanos sensibles el muy cruel
tráfico de especies animales. No se puede ver en la riqueza y belleza de la
naturaleza sólo su dimensión económica ya que forman parte entrañable de la
cultura y de la identidad de los pueblos que habitan el planeta.
Ciertos
gobernantes parecen más bien dirigidos a destruir la tierra y tratar de comprar
hasta la entrada al cielo, dominar la tierra, destruirla, convertirla en un
inmenso desierto y meter a todos los humanos en una soledad espiritual.
Es preciso
reconocer también que el Gran Jefe indio Seattle se adelantó por muchos años a
la ciencia de la ecología ya que en su carta hizo una buena descripción de lo
que hoy se llama un ecosistema y de los efectos perturbadores de un medio
ambiente arrasado y degradado que afecta a todas las formas de vida y también a
todos y cada uno de los elementos que configuran nuestro planeta incluidos el
viento, las aguas, los minerales, las rocas, las arenas del mar y de los
desiertos, las montañas, las flores, las selvas y praderas y el conjunto de los
animales que con el calor de sus cuerpos son nuestros hermanos perennes. Nada
de ello, lo dijo bien Seattle, se puede comprar.
También es evidente
a todos que este gran cacique indio anticipó por más de un siglo y medio el
desastre que hoy vivimos y sufrimos con el cambio climático. También se
adelantó a la conclusión de los científicos de que estamos hechos de polvo de
estrellas.
En nuestras
reflexiones es preciso poner énfasis en la última sentencia premonitoria del
jefe indio Seattle:
"De hoy en adelante la vida ha terminado, ahora empieza la
sobrevivencia. Nosotros no derivamos de los monos sino de las pléyades".
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